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Los límites que no debemos cruzar

El castigo violento, daña no solo al niño, sino también a las familias y los hogares porque daña el vínculo afectivo entre el adulto y el niño, niña o adolescente, dificulta la comunicación y la intimidad, paraliza la iniciativa y el protagonismo del niño sobre la vida en el hogar y legitima la violencia como un modo de relacionarse en las familias u hogares.

El castigo violento legitima tres mensajes educativos que son dañinos:

Une el amor a la violencia.
“Lo hago por tu bien, porque te quiero”,
“Te pego porque soy tu padre”… El niño acaba creyendo que las personas
que le quieren pueden dañarle justamente porque le quieren, cuando
las familias y cuidadoras deberían ser precisamente las personas de
las que esperara menos daño y más protección.

Une la autoridad a la violencia.
“Te pego para hacerte un hombre de
bien”. Aprenden a obedecer desde el miedo, la sumisión, y a que la forma
de imponer autoridad es a través de la violencia.

Enseña que la violencia es una forma adecuada de resolver los
conflictos. “Te portas tan mal que no me dejas otra opción que pegarte”.

Aldeas Infantiles

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